Una de las cosas que me llama mucho la atención desde hace bastante tiempo es la ignorancia genérica que existe sobre las calculadoras mecánicas. Para una inmensa mayoría de gente son instrumentos básicos, sencillos, casi de juguete que no pasan de ser una regleta en donde movemos números y se muestra "la magia" del resultado. Pero la verdad es que van mucho más allá.
Con la llegada de las computadoras, y más aún de la microinformática, este tipo de máquinas mecánicas cayeron en el más absoluto ostracismo, sólo recordadas por coleccionistas y curiosos. Ni tan siquiera los amantes de los objetos vintage las suelen recordar. Una lástima y una gran injusticia para estos instrumentos tan necesarios en su tiempo, sin los cuales muchas tareas (desde diseño, arquitectura, ingeniería o deportes, además del comercio) hubieran sido mucho más problemáticas para los trabajadores o especialistas que tuvieran que llevarlas a cabo.
Curiosamente relojes mecánicos (paradójicamente uno de los pocos objetos mecánicos antiguos que nos quedan y que, de momento, goza de buenísima salud y no ha desaparecido), máquinas de escribir, máquinas de coser y máquinas fotográficas, todos analógicos, suelen estar muy presentes en material divulgativo y de diseño como representantes de los artículos más duraderos, pero no así las calculadoras mecánicas. Repito: una trágica injusticia. Vamos a paliar un poco eso dedicándoles un más que merecido reportaje en Duraderos.
Por supuesto, como suele pasar en esta clase de instrumentos mecánicos, la curva de aprendizaje suele ser mayor (y más laboriosa) que el simple sentarse ante un ordenador (o coger una calculadora) y pulsar una serie de teclas. Sí es cierto que para utilizar las calculadoras mecánicas más sencillas no se requerían grandes conocimientos (la mayoría de ellas tenían instrucciones que cabían perfectamente en una hoja), pero las más complejas calculadoras mecánicas es otro cantar.
Y es que una calculadora mecánica nunca fallaba, era totalmente precisa, tan solo dependía de la habilidad del operador porque, obviamente, si le introducimos cálculos erróneos o la operamos erróneamente, el resultado también será erróneo.
Las calculadoras mecánicas, y el mundo de la informática en general, nos ha ido metiendo en la cabeza que la relación con la máquina es bastante abrupta. Siguiendo los conceptos de la algorítmica y diagramas de flujo, el usuario introduce de una sola vez todos los datos que requiera la operación (sea de cálculo o de cualquier otra índole) y, de igual manera, el ordenador nos da el resultado de una sola vez. Es una relación más fría.
Ya ni siquiera calculadoras: realizar operaciones matemáticas es hoy tan sencillo como hacer una captura con un smartphone. ¿Qué está en peligro de que perdamos? (En la imagen: aplicación Photomath |
Os explicaré esto más gráficamente para que se entienda mejor: es como cuando conducimos un coche automático, simplemente dirigimos el coche e internamente ya se encarga él de hacer todos los cambios (revoluciones del motor, par, ayuda a la frenada, sistema de tracción, etc.). Aunque el automóvil -todavía- tiene muchas partes mecánicas, con este ejemplo el concepto actual de "informática" se entiende bastante bien. Comparémoslo ahora a una bicicleta, que es totalmente mecánica, y en donde no solamente tenemos que actuar sobre el cambio, sino que para hacerlo tenemos que tener la cadena con determinada tensión, ejercer fuerza con la pedalada, tener los frenos sin presionar, etc. etc. Es todo un proceso en donde la relación con la máquina es mucho más íntima.
La razón -los programadores lo entenderán muy bien- de que parte de ese proceso sea invisible totalmente (o casi) al usuario, es debido a que internamente el desarrollador ya realizó muchos de esos pasos y los grabó en su aplicación para ahorrarle ese trabajo al usuario y, entonces, el usuario solamente tiene que pedirle a la máquina (al ordenador, smartphone, aplicación o lo que sea) "el resultado".
Con una máquina mecánica esto no ocurre. La relación del hombre con la máquina es mucho más profunda y, aunque el diseñador y fabricante haya previsto una serie de pasos para que trabaje, su buen funcionamiento y un buen resultado dependen totalmente de nosotros. Esto se ve muy bien en una calculadora mecánica, en donde no solamente hay que realizar determinado desplazamiento de palancas (que sería lo más similar a pulsar una tecla en una calculadora electrónica) sino que, para cada uno de ellos, hay que ir operando con la máquina diferentes artilugios, mecanismos, palancas y señalizadores para que el resultado que nos dé sea el correcto. Es como si el operador tuviera que ir realizando paso por paso el procedimiento que en una máquina electrónica ya lo ha escrito previamente el programador.
Por eso mucha gente -sobre todo niños- se sorprenden de que el resultado de la operación en una máquina mecánica no sea "instantáneo", tienen el concepto de que tras determinada operación la máquina ha de dar el resultado, y no es así, eso es algo propio de la informática pero no del mecanismo a base de engranajes. Porque cada operación -como en un reloj analógico- ha de seguir una serie de pasos -para llegar a la hora correcta la aguja debe haber pasado previamente por todas las horas anteriores-, mientras que en un reloj digital la hora se refleja en la pantalla instantáneamente.
Por desgracia esta mentalidad, este concepto, que estaba muy claro durante la primera mitad del siglo anterior, muchos lo ven como algo extraño hoy, no lo entienden, no lo asimilan, no le encuentran sentido. En gran manera se ha perdido, y solo lo entienden "instintivamente" nuestros abuelos o la gente mayor, curiosamente esa que -dicen- no se aclaran con los más modernos dispositivos. Y es una pena porque perdemos una forma de pensar procesal que en muchas ocasiones es muy importante. Mientras que la programación orientada a objetos (OOP) y más allá aún, los procedimientos encerrados en lenguajes como Java, encierran y encapsulan el código para hacerlo eficiente y acudir a él modularmente (algo que en informática es muy valioso, se ahorran, por ejemplo, muchas líneas de código), la operación con máquinas mecánicas es radicalmente distinta, y se deben seguir una serie de fases hasta lograr el resultado de la operación.
La mayoría de las que se vendían a los niveles más populares eran calculadoras que realizaban operaciones de adición y sustracción (sumas y restas), pero algunas de ellas podían realizar también operaciones de multiplicación (con hasta ocho dígitos de capacidad), esto es: a la altura de las primeras calculadoras electrónicas (la división era una tarea compleja incluso para los primeros modelos digitales).
Entre ellas había de todos los precios, los modelos más básicos, estilo regleta, eran los más asequibles; tras ellos solían estar los modelos portables, construidas íntegramente en materiales ligeros y muy duraderos (principalmente el aluminio), que podían colgarse, e incluso algunas llevaban una cubierta parecida a las cubiertas de protección de las calculadoras actuales, pero con la ventaja de que eran también en metal.
Tras ellas tenemos los modelos de escritorio, como las Walther, o las soviéticas (muy utilizadas por los servicios secretos y el KGB, por supuesto). También eran utilizadas en tiendas, oficinas, y en departamentos administrativos en general.
No obstante las más caras, y las más buscadas por los coleccionistas, son los modelos Curta, de futurísticas formas cilíndricas y que pueden alcanzar los miles de dólares en el mercado. Las Curta se fabricaron durante la segunda mitad del siglo pasado, hasta el año 1970 (último año de fabricación) donde las calculadoras electrónicas arrasaron en el mercado y eliminaron cualquier hueco u oportunidad para estos bellos y prodigiosos artefactos mecánicos de cálculo. Estas calculadoras eran fabricadas por la empresa Contina, radicada en Vaduz (capital del Principado de Lietchtenstein, en Europa) y eran muy apreciadas no solo por su compacto diseño (que cabía en la mano), sino que, además, eran un prodigio de la mecánica, pudiendo realizar divisiones e incluso raíces cuadradas. Estas asombrosas calculadoras fueron inventadas por un prisionero durante su estancia en un campo de concentración de los nazis en la II Guerra Mundial (Curt Herzstark). Su historia es tan asombrosa como la de su calculadora. Hecho prisionero por ser un descendiente de judíos, lo enviaron al campo de Buchenwald, donde enfermó. Probablemente hubiera acabado allí sus días sino fuera porque los nazis tenían informes de su pericia, y le mandaron a una fábrica del campo para que pusiera en papel los esquemas de la calculadora. La intención del ejército era construirla para regalársela a Hitler cuando se ganara la guerra. El campo fue liberado en 1945, y tiempo después Curt Herzstark pudo volver a diseñar la máquina reconstruyendo y dibujando de memoria los planos que había desarrollado durante su estancia en el campo de concentración nazi.
El funcionamiento de las Curta era algo típico en este tipo de máquinas (algunos aspectos de ella estaban basados en descubrimientos o inventos anteriores), y para las operaciones de suma y resta una vuelta de manivela permitía adicionar o sustraer (si se tiraba de la manivela, el resultado se restaba). Para las operaciones más complejas era necesario realizar diferentes movimientos con la manivela.
De las Curta se realizaron dos versiones, el Type I y el Type II, hasta el fin de su producción, en noviembre de 1970 como mencionamos antes. Señalar que la Type II, que llegaría al mercado en 1954, era capaz de representar resultados de nada menos que hasta 15 dígitos.
Por cierto, y como curiosidad, hasta bien entrados los años 80 las calculadoras Curta fueron muy apreciadas en los rallies, permitiendo cálculos que solo muchos años después logró superar la informática.
| Redacción: CODE Intermedia | codeintermedia.com
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