Aunque ahora no esté bien visto y marcas como Casio casi ni lo mencionen al contar su historia "oficial", ya sabéis que los japoneses hermanos Kashio empezaron a obtener el capital necesario para sufragar los gastos de los inventos que vendrían después, fabricando productos para fumadores. Durante los años ochenta, en el que las multinacionales del tabaco obtenían ingentes cantidades de dinero en forma de beneficios, -fumar seguía siendo la norma, socialmente aceptada e incluso favorecida y animada-, Casio continuaba ofreciendo artículos para fumadores, y dado que presumía de ser -y lo era- una compañía tecnológicamente puntera, ofrecía esos artículos también recurriendo a lo último en tecnología de la época. Y un ejemplo de esto lo eran los encendedores piezoeléctricos.
La presencia en el mercado actual de este tipo de encendedores -tecnológicamente más avanzados- es, sin embargo, casi testimonial. Los encendedores piezoeléctricos no tenían una piedra para chispas que sustituir, por lo tanto podrían funcionar casi ilimitadamente -en la práctica no es así, claro-. Pero el principal problema era otro: aparte de ser al principio más caros, su combustible -el gas- sí había que sustituirlo. Y cuando acababas ese gas, la mayoría acababan tirando a la basura el encendedor entero, porque son tan baratos que un encendedor genérico actual no compensa recargarlo.
Mientras los encendedores tradicionales y antiguos tenían una piedra, y ésta solía durar poco más o menos lo que duraba la carga, y podías sustituirla por una nueva fácilmente, en los más modernos piezoeléctricos si te quedabas sin gas tenías que tirar un encendedor todavía funcional.
A esto se le añadía otro grave problema: en uno convencional un simple sistema de muelle empujaba la piedra (técnicamente, ferrocerio) contra el rascador cilíndrico de metal. Si éste simple sistema fallaba, podías sustituir el muelle. En los piezoeléctricos no, y si cualquiera de sus componentes falla, tienes que cambiar de encendedor. Y el sistema piezoeléctrico falla con el paso del tiempo más que una escopeta de feria.
La gente, por tanto, dejó de comprarlos, y siguió prefiriendo el sistema antiguo a pesar de que los nuevos fueran más avanzados, cómodos y complejos. Tal es así que si le diéramos ahora a elegir a cualquiera un Zippo hecho trizas de la Segunda Guerra Mundial, o un encendedor piezoeléctrico de los ochenta o noventa, la mayoría elegiría el Zippo. Y la razón que muchos de ellos darían es que, aunque el Zippo esté mal, saben que podrían repararlo y que una vez en funcionamiento no les fallaría, cosa muy lejos de lo que pasaría con el piezoeléctrico, el cual si un sistema falla, el encendedor se queda sin utilidad alguna.
Éste es uno de los pocos ejemplos, también, en los que el consumidor ha podido decidir sobre el producto. Hoy en día los encendedores piezoeléctricos los fabrican en masa en China, y a precios irrisorios. Tengo uno que uso habitualmente, que me costó un par de euros, y funcionaba muy bien hasta que el sistema piezoeléctrico dijo "basta", y aunque produce arco eléctrico, éste ya no es lo bastante intenso como para prender el combustible. Sin embargo, en el encendedor de ferrocerio su chispa sigue siendo tan intensa como el primer día, permitiéndome aprovechar al máximo la carga de gas. Pero cuando necesito un encendedor en serio y de verdad recurro a mi Zippo. Porque sé que esté donde esté no solo lo podré reparar, sino que funcionará con casi cualquier cosa. El piezoeléctrico es muy bonito, cómodo y asequible, pero sé que durará lo justo -o casi- que me dure su carga de gas.
Es cierto que el Zippo me costó diez veces más, pero estará cumpliendo su función toda mi vida e incluso seguirá funcionando para quien lo quiera después. Del piezoeléctrico no se puede decir lo mismo.
Por eso me apena todas esas personas que defienden las ventajas de los avances tecnológicos sin cortapisas, poniéndolos "porque sí" por encima de sus predecesores o de los artículos antiguos. Si eso hubiera ocurrido con este tipo de encendedores ahora no podríamos disfrutar de modelos como Zippo, cuando nos hablasen de ellos no sabríamos discernir realmente a qué se referirían. Careceríamos de algo tan esencial como su sentido frente a la realidad de los útiles de usar y tirar cotidianos, y llegaríamos a pensar que siempre ha sido así. Por eso, cada industria artesanal que desaparece o artículo antiguo que se sustituye defendiendo las dudosas bondades de uno nuevo es un motivo de pena y un pequeño desastre, porque nos privan de la posibilidad de elegir libremente otra forma de hacer las cosas. Quizá más sencilla, más cuidada, a la que le tienes que dedicar tiempo y no puedes ir deprisa (como el afeitado clásico, o las estilográficas para escribir), pero enormemente más duradera.
En lo que sí ha habido una notable mejora es en el coste de uso. Nos ahorramos muchísimo dinero si usamos un encendedor piezoeléctrico en lugar de uno tipo Zippo. Aunque prefiero la comodidad de los Zippo (la llama no se extingue), confieso que son significativamente más caros, su carga dura menos y su líquido de combustible es mucho más caro si comparamos el precio de un encendedor piezoeléctrico. Por supuesto el Zippo tiene a su favor otras cosas, que no son fácilmente cuantificables pero que sin duda le añaden valor extra: son fácilmente reparables, duraderos y robustos, y pueden funcionar prácticamente con cualquier combustible inflamable. Nada de eso tienen los otros encendedores.
| Redacción: CODE Intermedia | codeintermedia.com