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14.3.17

De tarjetas, chips, y demás "modernidades" cotidianas


La mayoría de nosotros seguramente llevamos cada día multitud de tarjetas en nuestras carteras, bolsos, mochilas o "mariconeras". Algunas las utilizamos para el supermercado, otras son tarjetas de fidelidad para diversos medios de transporte y, otras, son tarjetas que usamos como medio de pago.

Como diversas son las tarjetas, diversos son los medios de soporte en los cuales viaja nuestra información. Las más sencillas incorporan simplemente un número, mientras que las más avanzadas llevan un chip.




Personalmente siempre me gustaron mucho las de chip, quizá por ser las más cercanas al mundo de la robótica y la computación que tanto me agrada. Sin embargo es curioso que, mientras antes este tipo de tarjetas eran muy comunes y se utilizaban incluso como medio de pago en las cabinas telefónicas (las famosas tarjetas prepagadas, tan comunes a finales del siglo XX), cada vez se utilizan menos.

Hace unos meses pude constatar cómo una de las cadenas de supermercados en que todavía se utilizaban ese tipo de tarjetas dejó de operar con las clásicas de chip, cambiándolas por una simple tarjeta con código de barras. Anteriormente ya se habían ido sustituyendo las tarjetas de banda magnética.


Haciendo un repaso rápido por cada una de ellas con sus pros y sus contras, las podríamos dividir en cuatro grandes grupos:

-1. Numerarias, con código de barras y/o codigos QR: tienen como ventaja que son inmunes al magnetismo, aguantan más el trasiego y el mal trato, y son baratas de producir.

Sus principales inconvenientes son dos: si el número o código se daña o borra, se queda inutilizada, por lo que es necesario una tinta de calidad y un soporte más resistente al desgaste. Por otra parte, no se puede almacenar información en la propia tarjeta y su seguridad es baja, ya que el código o número puede replicarse fácilmente.

-2. Con banda magnética. Muy utilizadas hace años, actualmente están en desuso. Los principales inconvenientes son la facilidad de replicación a partir de tarjetas vírgenes, y su baja resistencia a los campos magnéticos. La cercanía de smartphones, móviles y diversos aparatos electrónicos tan habituales en nuestra vida diaria puede corromperlas.

Entre las principales ventajas encontramos una producción relativamente barata, y la capacidad de almacenar información en la propia tarjeta.

-3. Tarjetas con chip. Aunque se pueden duplicar, existen sistemas de encriptación que pueden dificultar esta tarea. Son además más resistentes a los campos magnéticos (aunque no inmunes) y pueden almacenar una pequeña cantidad de datos.

Sus inconvenientes son que, al igual que las de banda magnética, un uso muy constante puede deteriorarlas (aunque menos que la banda de lectura en las magnéticas), soportan peor la rudeza (si se flexionan el chip puede desprenderse, y el soporte al que va pegado es muy endeble, de hecho suelen desprenderse sus chips de forma muy fácil incluso en los carnets de identidad) y son más caras de fabricar. Este tipo de tarjetas se utilizan mucho en sistemas bancarios, a los que prácticamente, por cuestiones de seguridad, han quedado relegadas.

-4. Tarjetas de proximidad. En lugar de incorporar el chip en la parte externa, el chip (o un circuito impreso altamente flexible) se incorpora en el interior de la tarjeta.

Este tipo de tarjetas, que pueden usar diversos protocolos, se utilizan para medios de pago, apertura de puertas, accesos o para el transporte público. Entre sus ventajas encontramos que, al no tocar directamente superficie alguna al operar, su longevidad es mayor. Dependiendo del chip o tipo de circuito incorporado, tenemos como inconvenientes su fragilidad a la flexión y a los campos magnéticos.


Asimismo, por la forma de operar con ellas podemos dividir las tarjetas actuales de nuestras carteras y las que usamos diariamente en varias tecnologías:

- Por contacto físico con un lector, que serían los modelos con chip y banda magnéticas.
- Por cercanía con un lector, sin llegar a tener contacto físico, en donde entrarían diferentes tecnologías, como láser, magnético o por inducción (en las de chip oculto), o por infrarrojos (lector de código de barras); o bien óptico por posicionamiento (códigos QR...).
- Digito-tactilar, o digital (de "dedos"), en donde un operador teclea en un terminal el número de la tarjeta. Éste sería el caso de las tarjetas numerarias.

Vista esta gran variedad de medios de lectura, enseguida podremos darnos cuenta de algo común y que nos puede causar cierto malestar: la seguridad y la privacidad. En la mayoría de tarjetas no vemos ni sabemos la información que contiene, a la que acceden sobre nosotros, e incluso hay algunas (como las de muchos supermercados) que ni siquiera nos informan de su titular, almacenando toda esa información en sus bases de datos de forma que nosotros no podemos saber lo que contienen.


A mí me causa un cierto malestar cada vez que acudo con una de esas tarjetas con un simple número o código de barras, en donde todos mis datos no aparecen y te han convertido en eso, en un número de serie y un código. Y me pregunto si eso había sido siempre así, o antiguamente, sin esos sistemas hiperconectados, si existía y, de existir, cómo lo hacían.

Pues la verdad es que sí existía. Y, en una época en donde la mayoría de elementos eran mecánicos, había sitios donde ya se usaban las tarjetas personales o "de fidelidad" (aunque no se llamasen específicamente así).


No se si muchos recordaréis aquellos supermercados de los años sesenta y setenta, que también se llamaban, en algunas regiones, "economatos". La mayoría de estos sitios correspondían a una empresa, y en ellos, al contrario que ahora, se ofrecían marcas de gran calidad (no existían las "marcas blancas") a precios más reducidos. Además, la variedad era inmensa y casi cualquier cosa que pudiera encontrarse en un supermercado convencional, se encontraba también allí. Eso no era todo, porque además había secciones de textiles, e incluso de electrodomésticos.

Tenían dos principales ventajas: la empresa realizaba los pedidos directamente y, al contrario que en las tiendas, al no necesitar grandes márgenes de beneficios, podían ofrecer precios menores. Eso no era todo: había la posibilidad de pagar a plazos, un sistema que no requería la intervención de ningún banco y que no incluía intereses, siendo por tanto enormemente atractivo.


El procedimiento era sencillo: el trabajador acudía a comprar el producto o productos, y a la hora de pagar solicitaba el pago a plazos. Cada plazo se le descontaba automáticamente de su nómina en los meses sucesivos, de esta manera la compañía se aseguraba los plazos, y el trabajador reducía los intereses y se ahorraba el papeleo bancario. Obviamente esto era posible en un entorno en el cual el trabajador prácticamente pasaba su vida en la misma empresa, algo impensable hoy, pero muy real no hace tanto.

Para utilizar estos servicios se expendía una tarjeta, lo que en aquellos tiempos se denominaba "cartilla", y sin la cual o bien no se podían adquirir los productos o, de hacerlo, se adquirirían a precio de mercado. La "cartilla" era un documento numerario, personal y en el que se incluían los datos del trabajador y su cónyuge (o en otros casos el del marido, y la esposa tenía que llevar consigo el carnet de su esposo). Se entregaba, como ahora, al momento de ir a la caja, y tengo bien grabada en mi memoria la fila de gente que hacía cola para ir a pagar, con sus carros de compra cargados a los topes, durante toda la mañana. Las veces que yo acudía con mi madre, en aquellos primeros años setenta, podíamos estar esperando a pagar hasta las doce o doce y media, y eso llegando al supermercado a las nueve de la mañana.


Eran otros tiempos, por supuesto, en donde todos los vecinos de los pueblos conlindantes acudían a realizar sus compras al supermercado de la empresa, unos pueblos que ahora han perdido la mayor parte de su población y en los cuales solo quedan ancianos y recuerdos.

Llama la atención cómo un sistema, por supuesto con el riesgo del error humano, pero sin intervención de monstruosas bases de datos como ahora parece tener que necesitar todo el mundo -incluso el comercio más pequeño-, de fidelización, no solo era ampliamente útil y eficiente en aquel tiempo, sino que, además, la intervención humana hacía posible que un gran número de trabajadores vivieran de ello, algo que, por desgracia, hoy ya no pasa. En su lugar se han sustituido por unas bases de datos manejadas por unas poquísimas personas, en no se sabe qué sitio, y con no se sabe qué datos nuestros guardados, con sistemas estadounidenses en su mayoría (SQL, dBase, Paradox...) con muy poco control local. Supongo que hemos ganado en algunas cosas, pero es evidente que en muchas otras hemos también perdido. Sobre todo en calidad, cercanía, calor humano, trato con el cliente y, ante todo y principalmente, en puestos de trabajo.


| Redacción: CODE Intermedia | codeintermedia.com